1 de mayo de 2025

 

«Al levantar la mirada, giró hacia su derecha y vio emerger de entre las sombras una criatura negra que surgía detrás de la casona. Su presencia hacía imposible cualquier intento de escape. Su cuerpo, inmóvil, parecía haber sido atrapado por una fuerza invisible, como si la bestia —como la llamaría después— tuviera el poder de controlarlo».

Era una noche cálida. Diecinueve hectáreas de un denso y frondoso bosque separaban a la familia de la única carretera, un estrecho camino con apariencia de callejón que, en caso de emergencia sería imposible transitar. El ferry más cercano se encontraba a más de noventa kilómetros de aquel extenso y solitario terreno.

El pueblo, o mejor dicho, lo que quedaba de él, desapareció en la década del 60, —años siniestros, cómo diría el hombre. —Luego del resplandor del cielo, todo quedó en tinieblas. —Y su gente, —pobre gente, jamás se supo de ellos—.

¡Bienvenidos! —Dijo el anciano en voz alta, despertando a los niños. Que agrado volver a ver a una nueva familia interesada en este hermoso lugar. Han pasado…, por lo menos, —el hombre llevó su mano a la barbilla—, unos 10 años de la última visita. Creo que después de lo que pasó con aquel niño nadie volvió a visitar el campo.

El recepcionista, un antiguo guardabosque, hombre alto y longevo, de según él, 115 años de edad, —aunque para el resto no sobrepasaba los 70 años—, que se encontraba en la recepción recibiendo a la familia, los observaba con atención.

Al escuchar al hombre, los niños se miraron con temor. La madre, notando el miedo de sus hijos, llevó su dedo índice a su sien dando pequeñas vueltas. El padre, cambiando de tema, le agradeció el folleto instructivo sobre el cuidado y conservación del bosque nativo y sus recomendaciones para tener una buena convivencia con la naturaleza.

A causa de la inmensidad del bosque, era imposible contemplar el vasto cielo estrellado. Los árboles eran altos y anidaban gran variedad de aves. El viento era suave como caricias nocturnas.

 

 

Luego de aquel particular recibimiento, se apresuraron a armar sus carpas. Eran  cerca de las 11 de la noche y los niños tenían hambre. Mientras el padre con sus hijos armaban las tiendas de campaña, la madre preparaba la cena. Una rica Lasagna a La Italiana, —para chuparse los dedos—, —les decía con un tono hilarante, como si fuera una cocinera europea. 

 

 

—Hay algo extraño en el lugar—, —pensó Joaquín—, el hijo más pequeño de la familia mientras cenaban acompañados de tres ampolletas tenues de un sistema de sobrevivencia de carga eléctrica. No era el rechinar de la antigua casona embrujada ni el ulular de las tenebrosas aves lo que les daba escalofríos, tampoco era la historia del fantasma del niño que aparece en la noche en la inmensidad del bosque, sino el ambiente.

—Hay algo en el ambiente que nos susurra—, —le comenta Carlos en voz baja a su esposa.
—Nos huele—, —dice nuevamente el niño—, recogiendo con cuidado sus dinosaurios que, segundos antes estaban en el suelo, y dándoles un fuerte abrazo en señal de protección los guardó en su bolsita de juguetes. Mientras tanto, Carmen, la hija del medio soltó una gran carcajada imaginándose a la criatura monstruosa con largos y afilados colmillos, desmayándose y convulsionando luego de oler a su hermano chico.

Elizabeth, su madre, sin poder controlar su risa y visualizando la misma escena que su hija, simuló llamarle la atención, pero al no lograrlo la acompañó en su travesura uniéndose también el resto de la familia.

—Hay… algo… mirán… donos…—, balbuceó Pedro, el hijo mayor, con la voz entrecortada. Su risa se apagó de golpe, dando paso a un miedo creciente mientras se acercaba a su padre.

 

 

El terror se apoderó de él al oír el chillido de las ramas y poniendo atención en la figura oscura que salía en medio del arbusto, vio sombras correr en distintas direcciones a solo unos pocos metros de ellos, dejando a todos en silencio, en alerta y con la piel de gallina.

 

 

Cuando Pedro hablaba, el padre vio descender un destello similar a una estrella fugaz que iluminó todo el bosque por unos breves segundos, al resplandor le siguió un fuerte estruendo como el sonido de un meteorito atravesando la atmosfera terrestre, pero mil veces superior, como un feroz trueno, como el rugido de los dioses griegos, que llevó a toda la familia a taparse los oídos y a esconderse bajo la mesa.

La luz que descendió del cielo afectó al minucioso kit de emergencia que Carlos, con tanto esmero había construido, dejando también a todo el país en tinieblas, provocando caos en distintas localidades, como posteriormente fue informado por sus amigos radioaficionados.

Con la misma velocidad que descendió la luz, llegó la oscuridad, cubriendo completamente el bosque. La familia recordó lo que el anciano de la recepción les había dicho. —Luego del resplandor del cielo, todo quedó en tinieblas. —Y su gente, —pobre gente, jamás se supo de ellos—.

Al instante, una gran luna llena apareció como si de una película de terror se tratase y un fuerte aullido se escuchó a la distancia. ¡Es el hombre lobo!, —gritó Carmen—, desconsolada.

Hace unos minutos, el temor del padre consistía en si las carpas eran suficientemente fuertes para resistir el frío de la noche. Ahora, su temor tenía relación con lo que estuviera acechándolos, con el apagón que afectaba a todo el país y con el qué hacer en caso de surgir alguna criatura demoníaca que los tomara a todos por el cuello para luego amordazarlos y rostizarlos como pollos fritos de domingo. Nada sucedió.
Al alejarse las sombras y los ruidos, ellos también lo hicieron. Todos se fueron a dormir.

Cerca de las 3 de la madrugada, el frío comenzó a descender de tal manera que, por temor, Joaquín, no queriendo salir de la carpa se orinó en ella. Advertidos sus hermanos luego que la humedad y el calor los alcanzara, armaron una guerra campal.

El padre, escuchando los gritos de los niños e ignorando lo qué sucedía, tomó la linterna y se dirigió rápidamente a la carpa encontrando una acalorada discusión, observando a su alrededor pequeñas sombras, como duendes, que caminaban lentamente en dirección a ellos, alertándolo para huir de aquel lugar lo antes posible.

¡Salgan rápido, corran niños! —Les gritó el padre señalando la cabaña vecina. Al hacer abandono de la carpa y entrando en la cabaña que se encontraba a unos cien metros del sitio de acampe, observó como las sombras, figuras amorfas, lo seguían. Al cerrar la puerta y quedando apoyado de espalda en ella, miró a su hijo, dándose cuenta del porqué discutían y luego que la madre le cambiara ropa; le frotó los pies para que entrara en calor y pudiera continuar durmiendo.

Mientras tanto, afuera, a pasos de la cabaña, unas criaturas hambrientas miraban con atención la huida de los visitantes.
Nerviosa, Elizabeth, le pidió a su esposo salir lo antes posible de aquel lugar. —Este bosque está embrujado—, —le dijo agitada a su esposo mientras arropaba a sus hijos. 

 

 

Al amanecer, los niños salieron de la cabaña y notaron huellas alrededor. Había pequeñas y también las había grandes. Espantados, se preguntaron de qué animal feroz o peor aún, criatura o monstruo podría ser. Al no tener respuestas se dirigieron a sus padres quienes al observar con atención las marcas nocturnas, hablaban entre sí, qué podría estar sucediendo.

 

 

Los niños relataron lo que sintieron durante la noche. Uno hablaba de fuertes ruidos alrededor de su carpa, como si varios seres semejantes a un enjambre de avispas movieran en conjunto sus cuerpos para comunicar el siguiente sacrificio humano; otro, insistía en que una criatura de tres metros de estatura que habitaba la casona abandonada los olía, y con sus largos brazos los sacaba violentamente de la carpa, tal cual había sucedido hace una década con la misteriosa desaparición del pequeño Boy Scout, según se cuenta de él, su espíritu aún vaga por ese lugar. Mientras otro aseguraba que un ser de otro mundo forzaba la puerta de entrada para devorarlos y que, usando telequinesis los abducía llevándolos a su nave espacial. Mientras los niños explicaban lo que sentían, varios ojos los observaban cuidadosamente. Esta vez no hubo carcajadas. 

Durante la tarde, dejando de lado las preocupaciones, Pedro, el hermano mayor, vio unas regaderas en el frontis de la cabaña, a continuación, llamó con señas a sus hermanos para que lo siguieran y se divirtieran un rato, aprovechando que su padre se encontraba descansando.

La madre estaba en el interior de la carpa limpiando las consecuencias del miedo de su hijo Joaquín, entretanto los observaba a la distancia. 

Los niños jugaban con agua, entre risas y caídas y más risas, olvidando por varias horas el temor de la noche anterior.

 

 

Luego de un reparador descanso, cerca del anochecer, el padre decidió recorrer el lugar que tanto temor les había provocado durante la cena pasada, desconociendo que varios seres lo estudiaban para actuar ante cualquier movimiento en falso.

Al levantar la mirada, giró hacia su derecha y vio emerger de entre las sombras una criatura negra que surgía detrás de la casona. Su presencia hacía imposible cualquier intento de escape. Su cuerpo, inmóvil, parecía haber sido atrapado por una fuerza invisible, como si la bestia —como la llamaría después— tuviera el poder de controlarlo.

 

 

Le tomó un par de minutos volver en sí y pensar qué hacer para avisarle a su familia. —Si salgo rápido, se dará cuenta—, por lo que prefirió disimular y caminar lentamente en dirección a ellos. Al llegar a su familia, las misteriosas huellas que tanto los intrigaban fueron finalmente descifradas. Al ver su rostro, todos comprendieron al instante lo que ocurría.

De pronto, un grito unánime de asombro y emoción rompió el silencio. Lo venían siguiendo. La escena que tenían ante sus ojos era inesperada: cinco diminutos cachorros de apenas un par de semanas de vida que salía detrás de un tronco añoso corrían tras él, ansiosos por reunirse con su madre. La delgada perrita de color café claro que había estado siendo alimentada por la familia los recibió con ternura y los presentó a sus nuevos amigos humanos. Al darse cuenta de que esas pequeñas criaturas eran las responsables del enigma que los mantenía despiertos por las noches, todos rompieron en carcajadas, aliviados y felices.

 


«Recobra tus sentidos, regresa a ti mismo y, al despertar de tu letargo, comprende que las cosas que te perturbaban eran solo ilusiones. Mira por segunda vez todo lo que te rodea, con los ojos bien abiertos, tal como deberías haber mirado antes.»

MARCO AURELIO, Meditaciones, 6.31


Dedicado a esos cinco valientes campistas.
Febrero 2025

Osvaldinus
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